Más allá de la hipoteca: Koldo Aldai
Siempre
habrá un sitio para todo humano bajo el sol. Nadie puede privarnos de
nuestra heredad como hijos de la Tierra. Nadie puede deshauciarnos en
medio de un planeta tan fértil, de una casa común tan ancha. Otra cosa
será el blindaje de la puerta o el grosor de las paredes, la luz de los
cristales o el color de las flores en el alféizar… El cobijo debiera
depender del esfuerzo y ahorro metido en el ladrillo, de la destreza y
aplicación de unas manos…, no de la voluntad de un banco impaciente. El
cobijo debiera ser a medida de la naturaleza y de las necesidades, de la
latitud y su cielo, no de la hipoteca que somos capaces de soportar
hasta el último aliento.
El problema surge cuando pensamos que sólo hay un refugio, sólo un lugar para extender nuestros días, sólo una vivienda de concurrido asfalto, garaje y portero automático. Cuesta reinventarnos. Queremos seguir con la misma vida de antes, con la misma lastrante hipoteca de siempre, comprando los mismos productos refinados en el mismo supermercado de la esquina, plantando la sombrilla en nuestro mismo coto de arena en el verano...
Cuesta reinventarnos y sin embargo, he ahí el mayor regalo de la crisis. Las casas pueden ser de madera, de balas de paja, de abobe... Las hay incluso que caminan sobre ruedas o remontan los árboles. El ser humano no está necesariamente predestinado a vivir en noveno piso con ascensor. Con esa altura peligra el equilibrio. A la vuelta de las nubes, pongamos en valor la economía real, posible, cercana, sostenible. Llegado el caso, si un techo se desmorona, si una entidad financiera nos priva de las llaves y empuja a la calle,... en otro lugar debe aguardar otro refugio. Aunque sople el viento, habrá que reunir nuevas ramas, amasar nuevo barro, encalar nuevas paredes...
No haremos nada tapando la crisis, olvidando reinventarnos, continuando en nuestro noveno piso, cargando contra la misma hipoteca... No haremos nada prorrogando “sine die” los plazos de nuestro “modus vivendi”, clavando la sombrilla frente a las mismas olas... Si no hay nada que cuestionar, si sólo se trata de aumentar la producción, si sólo deseamos crecer en consumo, perderá el planeta, perderemos todos. Dejaremos atrás la oportunidad de bajar del noveno piso, de vivir y sembrar a ras de tierra y anhelo, de rehacer nuestras vidas personales y colectivas, a la vera de más belleza y armonía, sobre otros valores, sobre otros principios. ¿Cuándo un nuevo mundo sino ahora que se agota el que heredamos?
Carretera y manta antes que salto al vacío. "Stop a los deshaucios" por supuesto. Ninguna mujer vea de nuevo tentación en una ventana de altura, cuando un pago le desborde. De un juzgado no puede llegar nunca una notificación mortal. Basta ya de usura bancaria, pero alto también al deseo inamovible de pretender llevemos la misma vida insostenible como si nada hubiera pasado. “Stop” a la inercia de echar la entera culpa de lo que nos ocurre a terceros, como si no tuviéramos ninguna responsabilidad en nuestras situaciones. Nuestros antepasados sacaron a los bosques las paredes y los techos, a la tierra los alimentos y el vestido. Ahora más que nunca es la hora de la imaginación y la creatividad, sobre todo de la cooperación. Los momentos de crisis y de aprietos son las oportunidades de imprimir nuevos rumbos colectivos, en este caso más solidarios, más cuidadosos con la Madre Tierra.
Falta fe en nosotros/as mismos/as. Un banco no puede seguir siendo dueño de nuestro destino. No estamos abocados a la hipoteca. Podemos seguir garabateando las grandes lunas y los cajeros, podemos seguir espetando con “spray” rojo aquello de “asesinos”, hasta el día en que reparemos que hemos sido también nosotros mismos los que hemos ahogado nuestras propias vidas, depositando esfuerzos y confianza donde no debíamos. Pareciera que siempre se halla fuera toda la culpa, como si hubiéramos sido conducidos a la mesa del notario con la pistola en la sien, como si no hubiéramos firmado sin temblar al vender a precio de saldo nuestro futuro.
Hay vida más allá de la hipoteca. ¿A qué esperamos a manchar nuestras manos de barro, a colocar los paneles que miran al sol, a sudar nuestro huerto, a poner nuestro dinero en la banca ética que hace tiempo opera en España…? Mientras sean siempre los otros quienes tienen la culpa, no levantaremos nunca un mundo nuevo. “Stop a los desahucios”, “stop” también a los balones fuera, a la responsabilidad que desearíamos perpetuar en el tejado de un lejano sistema, como si nosotros no fuéramos quienes lo sostenemos con nuestra energía y dinero, con nuestros temores y pasividad; como si no fuéramos nosotros quienes apuntalamos, con falta de alternativa y coraje, este sistema caduco que a la noche, “spray” en mano, llamaremos “asesino”.
No lavamos la cara a la ambición de la banca, apuntamos sólo la responsabilidad que a todos nos asiste a la hora de dibujar futuro y aleros, a la hora de establecer un nuevo marco de relaciones humanas, a la hora de encarnar superiores modelos e ideales, de construir paso a paso, en uno y otro ámbito, un mundo más justo y fraterno.
El problema surge cuando pensamos que sólo hay un refugio, sólo un lugar para extender nuestros días, sólo una vivienda de concurrido asfalto, garaje y portero automático. Cuesta reinventarnos. Queremos seguir con la misma vida de antes, con la misma lastrante hipoteca de siempre, comprando los mismos productos refinados en el mismo supermercado de la esquina, plantando la sombrilla en nuestro mismo coto de arena en el verano...
Cuesta reinventarnos y sin embargo, he ahí el mayor regalo de la crisis. Las casas pueden ser de madera, de balas de paja, de abobe... Las hay incluso que caminan sobre ruedas o remontan los árboles. El ser humano no está necesariamente predestinado a vivir en noveno piso con ascensor. Con esa altura peligra el equilibrio. A la vuelta de las nubes, pongamos en valor la economía real, posible, cercana, sostenible. Llegado el caso, si un techo se desmorona, si una entidad financiera nos priva de las llaves y empuja a la calle,... en otro lugar debe aguardar otro refugio. Aunque sople el viento, habrá que reunir nuevas ramas, amasar nuevo barro, encalar nuevas paredes...
No haremos nada tapando la crisis, olvidando reinventarnos, continuando en nuestro noveno piso, cargando contra la misma hipoteca... No haremos nada prorrogando “sine die” los plazos de nuestro “modus vivendi”, clavando la sombrilla frente a las mismas olas... Si no hay nada que cuestionar, si sólo se trata de aumentar la producción, si sólo deseamos crecer en consumo, perderá el planeta, perderemos todos. Dejaremos atrás la oportunidad de bajar del noveno piso, de vivir y sembrar a ras de tierra y anhelo, de rehacer nuestras vidas personales y colectivas, a la vera de más belleza y armonía, sobre otros valores, sobre otros principios. ¿Cuándo un nuevo mundo sino ahora que se agota el que heredamos?
Carretera y manta antes que salto al vacío. "Stop a los deshaucios" por supuesto. Ninguna mujer vea de nuevo tentación en una ventana de altura, cuando un pago le desborde. De un juzgado no puede llegar nunca una notificación mortal. Basta ya de usura bancaria, pero alto también al deseo inamovible de pretender llevemos la misma vida insostenible como si nada hubiera pasado. “Stop” a la inercia de echar la entera culpa de lo que nos ocurre a terceros, como si no tuviéramos ninguna responsabilidad en nuestras situaciones. Nuestros antepasados sacaron a los bosques las paredes y los techos, a la tierra los alimentos y el vestido. Ahora más que nunca es la hora de la imaginación y la creatividad, sobre todo de la cooperación. Los momentos de crisis y de aprietos son las oportunidades de imprimir nuevos rumbos colectivos, en este caso más solidarios, más cuidadosos con la Madre Tierra.
Falta fe en nosotros/as mismos/as. Un banco no puede seguir siendo dueño de nuestro destino. No estamos abocados a la hipoteca. Podemos seguir garabateando las grandes lunas y los cajeros, podemos seguir espetando con “spray” rojo aquello de “asesinos”, hasta el día en que reparemos que hemos sido también nosotros mismos los que hemos ahogado nuestras propias vidas, depositando esfuerzos y confianza donde no debíamos. Pareciera que siempre se halla fuera toda la culpa, como si hubiéramos sido conducidos a la mesa del notario con la pistola en la sien, como si no hubiéramos firmado sin temblar al vender a precio de saldo nuestro futuro.
Hay vida más allá de la hipoteca. ¿A qué esperamos a manchar nuestras manos de barro, a colocar los paneles que miran al sol, a sudar nuestro huerto, a poner nuestro dinero en la banca ética que hace tiempo opera en España…? Mientras sean siempre los otros quienes tienen la culpa, no levantaremos nunca un mundo nuevo. “Stop a los desahucios”, “stop” también a los balones fuera, a la responsabilidad que desearíamos perpetuar en el tejado de un lejano sistema, como si nosotros no fuéramos quienes lo sostenemos con nuestra energía y dinero, con nuestros temores y pasividad; como si no fuéramos nosotros quienes apuntalamos, con falta de alternativa y coraje, este sistema caduco que a la noche, “spray” en mano, llamaremos “asesino”.
No lavamos la cara a la ambición de la banca, apuntamos sólo la responsabilidad que a todos nos asiste a la hora de dibujar futuro y aleros, a la hora de establecer un nuevo marco de relaciones humanas, a la hora de encarnar superiores modelos e ideales, de construir paso a paso, en uno y otro ámbito, un mundo más justo y fraterno.
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